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Poesía ilustrada

El arte es un poco de talento, otro de inspiración, mucho trabajo y, sobre todo, caradurez. Animarse a lo que sea con indolencia total al ridículo. Pongo como ejemplo mi desvergonzada incursión en ésta la más alta de las artes literarias. Pobre de ella.

El día llegará

​​
El día llegará y me cansaré
de que el tipo del espejo
no me mire a los ojos.

Con la decisión afilada en la mano
y los ojos espumantes
me perseguiré por los laberintos de lo que fui,
impulsado incansable por la furia ciega del rencor fresco
recién parido.
No tendré dónde esconderme de mi.
¡Ay cuando dé conmigo!
Ni bien me alcance y por detrás
con la agilidad del nagual me haré trastabillar;
me veré caer, llorisquear y arrastrarme
con el más sádico placer.
Entonces, cuando me tenga en el suelo
rendido, abandonado,
precipitaré un puño inefable en la sien.
Me oiré rogarme piedad,
ungidos de sangre los dientes y la mirada,
y me haré el sordo.
Vengaré con un nudillo cada minuto
perdido en ser lo que no soy,
en defender lo que me dijeron que era.

Entonces sonreiré.
Apoyaré el acero
contra mi nuca desnuda,
y de una sola estocada brutal
divorciaré las vértebras
con un CRAC definitivo.

Cuando me enfríe, cuando me pudra,
cuando la sangre se seque
dentro y fuera de la piel
me calmaré.


Y cuando esté pero bien muerto
y olvidado,
ahí sí,
naceré.

Que se decida el viento

​

​​¡Que se decida el viento!

Es todo lo que pido.
Que junte huevos, hinche el pecho
y estalle en rumbos.
Que contagie valentía.
Que se divorcie del gris empañado;
que se extirpe ese silencio velludo
que le afea la voz.
Que abra la boca y afile las alas;
que me haga hervir los pasos;
que me llene de ampollas la lengua;
que me respire en la boca;
que me aliente.



Para flotar a espaldas del destino,
ya tengo al mar,
que hoy me prestó sus sábanas de siesta
y me adobó de sal el cuero,
para algún banquete prometido
pero aún huérfano de almanaques.



Que no se calle el viento,
¡que diga algo, carajo!
Que grite como adolescente,
que me aturda sin misericordia,
es todo lo que pido.

​

Y que no me olvide.

Venado alado

​​

Fotón boreal
de cuero de porcelana constelado,
puño de tierra
de venados.
Los gorriones crónicos le buscamos
para rehidratar las plumas del alma,
desde muy lejos venimos siguiendo el brillo
como reyes magos,
soñando el momento de posarnos
sobre el par de rayos de añil
que se extienden desde su corona
como fractales ramificados,
como raíces sedientas
de cielo.

​

A la sombra de esa luz
nadie podría envejecer.
Igual quisiera intentarlo.

Venías en ella

​​

Anoche te vi.
Venías en ella,
disfrazada de otra,
vestida de ajena,
de incógnito, camuflada,
no sé,
pero igual te vi.
Y tuve que tenerte.



Supe tu piel alborotándose bajo la suya,
tu voz dirigiendo su acento,
tu aliento recortado en su jadear trémulo.
Intuí tu magma, tu morena efervescencia
palpitando bajo sus cordilleras rubias.
Reconocí tus mareas
precipitando saladas por su espalda
y tus uñas rasgando la mía
a través de sus manos.
Te vi mirarme desde dentro,
no pude evitar irte detrás
y horadarla hasta alcanzarte.
Entonces desplegué sus pliegues
me deslomé en sus lomas
y me monté en todos sus montes,
me escurrí por todas sus grietas
y bebí sin tregua de cada una de sus napas,
para catarte.



Pero aún siendo otra
fuiste fiel a tu método:
llegaste a hombros de la noche,
y te escabulliste con ella,
como siempre.
La fugitiva del sol,
la niña súcubo de pubis remoto,
la escéptica de mapas y nombres;
la rosa más oral.

​

Y yo, que tantas veces
te puse a llover entre estas sábanas,
anoche hice lo mismo
pero un poquito menos
solo.

Jugo de media naranja

​​
Póngale otro hielo, camarero,
para enfriar las ganas,
que vino algo espeso
el jugo de media naranja,
casi picante.
Exprímale dentro
hasta la última gota
del reloj,
que nada quede,
y échele, si puede,
unos jirones amargos
de cáscara constelada,
como para equilibrar
la sal.
Ah, y déjemelo ahí
en la punta de la barra,
que por ahora con mirarlo alcanza.

Póngale esmero, hombre,
aunque no sea yo quien
se lo tome esta vez.
Por mí no se preocupe,
que me aguanto
hasta la próxima ronda,
o la siguiente.

​

Al hambre se la distrae
masticando dádivas de rouge,
pero a la sed no...

La sed es de pulpa.

​El flequillo del viento

 

Cada tanto volvía a romper
la rutinaria monotonía del horizonte,
no había aurora que diera a luz más luz
que la de esa mañana imprevisible, incierta, inapelable;
y cada tanto
el astro reencarnado
volvía a cruzar la bóveda
como sin esfuerzo,
repartiendo palabras de insomnio,
gotas de un calor que hace florecer los dientes,
suspiros de estación.
Desde abajo, lejitos,
mientras todos duermen
algunos sueñan
con penetrar las olas,
empeñar los mares,
levitar las geografías,
trascender las realidades a caballo,
cortarle el flequillo al viento.
Cuando se seca el pegamento
en los almanaques de la memoria,
los primos del olvido
suelen miran al cielo.

​

Nadie sabe cuánto duran esos días,
los que de verdad brillan,
pero joder, qué bien que hacen.

​Cuando te dibujo

 

Cuando te dibujo te tengo;
conozco tu piel cuando trazo tus esquinas,
cuando bautizo tu silueta
y doy a luz tus horizontes.
Te toco. Te broto. Te anudo.
Te secuestro del tiempo.
Ya no como al sol fugitivo
que aprisiono tras los párpados
y se me escapa cuando los abro,
trepado a la humedad del sueño.
Más bien como el aliento
que se me abraza indiscutible
cuando sospecha que se avecina
tu nombre.
Sólo cuando te diseño
te tengo y te contengo,
te violo y te hago alimento
con los dedos.
Te repatrio.



Cuando te dibujo te nazco.
Enveneno de grafito la ausencia,
por eso cuando te dibujo
no anochece.

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